La apertura a la experiencia y el papel de la escuela católica
Sonia de Itoz
Doctora en Educación, Graduada en Filosofía y Teología y Miembro e investigadora del Instituto de Pesquisa e Formação Educação e Religião (IPFER).
Texto desarrollado para el curso “Competencias sociales y emocionales y la construcción de valores cristianos en la escuela”, destinado a los docentes de las escuelas Creio en Brasil.
El contexto actual nos insta cada día a la apertura a la experiencia de las más diferentes formas, como seguir los frenéticos lanzamientos de tecnologías y novedades en las metodologías de enseñanza y aprendizaje, por ejemplo. Sin embargo, nuestro llamamiento prioritario como educadores debe dirigirse al desarrollo de habilidades y competencias que ayuden a construir un aprendizaje consistente y que tenga sentido para la vida.
Según el modelo planteado por el Instituto Ayrton Senna, de acuerdo con las competencias generales propuestas en la Base Nacional Comum Curricular de Brasil, la BNCC, la apertura a la experiencia es una macro competencia que incluye la curiosidad por aprender, la imaginación creativa y el interés artístico. Ella forma parte, por lo tanto, del contexto escolar y extracurricular, ya que trata de “la capacidad de una persona de estar abierta a nuevas tendencias estéticas, culturales e intelectuales, de ser curiosa, tener imaginación y valorar la diversidad de saberes y vivencias”. Es esencial al afrontar contextos complejos e inusitados, o ante experiencias que presuponen cambios en la vida de las personas, exigiendo adaptación y flexibilidad.
Para la práctica del profesor, fomentar la apertura a la experiencia significa estimular nuevas formas de razonar y reflexionar, proponiendo enfoques o soluciones a través de experimentación y pensamiento divergente. Así, los estudiantes podrán ser más flexibles en la forma de pensar y actuar, desarrollando creatividad y apertura a nuevas y diferentes ideas, actividades y soluciones.
En la escuela católica, la macro competencia de apertura a la experiencia debe conjugarse con tres enfoques:
- Cultura del cuidado. La educación fomenta el desarrollo de valores basados en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, comunidad, lengua, grupo étnico, religión, cultura, pueblo y todos los derechos fundamentales que de ellos derivan. La cultura del cuidado se preocupa por formar personas que sepan escuchar, acoger y dialogar de manera constructiva.
- Diálogo constante. En una actitud de constante diálogo con toda la comunidad, la escuela debe ser modelo de valor para atestiguar una cultura católica, es decir, universal en la apertura, en la acogida y en el respeto, cultivando una sana consciencia de la identidad cristiana.
- Educación para dar esperanza al presente. La escuela constituye “una contribución muy importante para la evangelización de la cultura, incluso en países y ciudades donde una situación adversa motiva el uso de la creatividad para encontrar caminos adecuados”, ya que, como dice el Papa Francisco, “educar es dar esperanza al presente”. La mirada volcada para un mundo mejor, con profundos aprendizajes y respeto hacia lo diferente, posibilita que se desarrolle una paz sólida y recíproca entre los pueblos.
Todas las prácticas aquí mencionadas dialogan directa o indirectamente con el Pacto Educativo Global, en el cual el Papa sugiere compromisos que promuevan, entre otras competencias, la apertura a la experiencia, como podemos leer en algunas de las sugerencias para los educadores presentadas en su vademécum:
- Promover programas de sensibilización en una perspectiva intercultural e interreligiosa.
- Acoger en la propia institución/organización a estudiantes y personas de otros países (internacionalización).
- Promover programas de cooperación internacional para la construcción de un mundo más fraterno y acogedor.
- Fomentar el estudio y la investigación sobre economía, política, crecimiento y progreso con ideas innovadoras e integradoras en su propia institución/organización, revisando los currículos y los planes de estudio.