Un currículo evangelizador y transformador
La fe y la razón (fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.
Martín Asensios
Licenciado en Educación en la especialidad de Filosofía y Teología
| Perú
Con esta afirmación se intentaba explicar las relaciones complementarias que existen entre estos dos conceptos. Sin embargo, ¿es la verdad solo una realidad digna de contemplación? ¿Cuál es el propósito de la verdad? ¿En qué medida la búsqueda de la verdad abarca el conocimiento de las realidades terrenales?
Desde las antiguas disputas entre las escuelas teológicas de Alejandría y Antioquía hasta las actuales propuestas del método hermenéutico diversas a la de la teología clásica, siempre el sentido de la búsqueda de la verdad y el uso de esta han sido motivo de discusiones en torno a la forma de plantearla y utilizarla en la transformación de las realizades terrenales. Cabe aquí una primera reflexión en torno al sentido y fin de la ciencia, mayor y mejor expresión del conocimiento humano. Es importante darle un estatus importante a la ciencia por la relevancia y trascendencia en el mundo actual. La ciencia renueva y mejora la vida del hombre y eleva sus condiciones de vida. Sin embargo, y pese a eso, es también imperioso darle sus límites y sus alcances por su carácter perfectible, cambiante e inacabable. Quizás el mayor error y peligro del hombre respecto a la ciencia es haberla endiosado y considerarla un fin. Precisando esto podemos seguir reflexionando en torno a la verdad como realidad y su efecto trasformador, es decir, el uso de la verdad en la mejora de las realidades contingentes, entendiendo este uso como ser competentes y capaces de cambiarlo todo.
Es así como las relaciones humanas, situación preocupante para la humanidad, al punto de que son ODS y es un enfoque del MINEDU (Ministerio de Educación), se proponen desde los aportes de las ciencias sociales y de nuevos conceptos como inclusión, participación, equidad, tolerancia. Sin embargo, desde el aporte de la escuela católica estos conceptos quedan cortos cuando, desde la verdad del Evangelio, hablamos de ser hijos de Dios, hijos de un mismo padre, etc. La antropología cristiana es mucho más completa y compleja, y permite una auténtica cultura del encuentro, lo que a fin de cuentas es el propósito de las ciencias sociales.
Caso similar podemos observar en las ciencias naturales y el cuidado del medio ambiente. El cuidado del medio ambiente es un objetivo y necesidad mundial y un empeño humano legítimo. Pero, desde una cosmología cristiana, los criterios se vuelven transcendentes y no se quedan en una mera y legitima preocupación humana, sino en un empeño que nace desde un propósito de la creación y un rol asignado por el Creador en dicho propósito. No cuidamos el medio ambiente por el medio ambiente, lo cuidamos por ser nuestra casa, nuestra casa común, que además tiene un fin en sí misma y que es ser motivo de alabanza y conocimiento de Dios.
Siempre la solidaridad ha sido un motor integrador en la historia de la humanidad y ha acercado a las personas. La propuesta transformadora del currículo evangelizador traspasa el altruismo y lo eleva a la categoría de caridad. No hacemos el bien solo por ayudar al otro, sino lo hacemos por amor a Dios y amor al prójimo. Es así como la solidaridad se convierte en esperanza y compromiso social, concepto más elevado, más trascedente, a tono con la escuela católica y no como un sentimentalismo u ocasión temporal o circunstancial, sino, al contrario, una acción sostenida y que es signo de conversión social.
Finalmente, y recordando el papel de la ciencia, nos toca proponer el sentido de uso de esta. Afirmábamos el límite de la misma y la importancia de no endiosarla. Considerando esto, es necesario precisar, que la ciencia, como toda realidad, no cumple un fin en sí misma, sino es un medio para algo. Los mismo ocurre con la tecnología. Por lo mismo, un currículo evangelizador propone una actitud transformadora y retadora, que es humanizar el uso de la ciencia y la tecnología.
El conocimiento nos hace mejores personas y eso es algo innegable, pero el Evangelio (forma superior de conocimiento) nos hace felices, nos da sentido y nos santifica, por la trascendencia que le proporciona al ser humano y el imperativo transformador que implica, por los enfoques completos que propone y el horizonte alto al que aspira.