Formación integral es facilitar a los estudiantes navegar por sus emociones para discernir el propósito de vida
Camilo Andrés Fajardo Pedroza
Jefe de contenidos y relaciones con la Escuela Católica
CREO Editorial Norma | Colombia
Nadie nace para ser malo sino lo contrario, a menos que se padezca un trastorno de personalidad, dirían algunos. Todo el mundo está orientado por instinto y por voluntad al bien personal y social y, por eso, un criterio de discernimiento para la toma de decisiones personales o sociales es ‘el bien común’. Se actúa para el bien común cuando las acciones individuales y sus consecuencias están tipificadas con el valor más alto dentro de los de su escala porque así lo han determinado la mayor parte de las personas: como algo conveniente a todos. Esa tendencia de las personas al bien indica que existe un propósito de vida común a todos y que podría formularse como el ‘ser buenos los unos con los otros’ o, como diría Erich Fromm (1989) “pasar del egoísmo a la solidaridad” o en otras palabras más cristianas, amar.
Si tal es el propósito común de la vida y entonces la escuela, que forma para la vida, tiene la tarea de entregar a los estudiantes ‘herramientas’, es decir conocimientos y habilidades, que les permitan obtener lo necesario para vivir toda vez que deben desenvolverse en la sociedad con sus capacidades fisiológicas y de autorrealización, si se quiere traer a colación a Maslow. Lo que implica no perder de foco que entre unas y otras necesidades las emociones están siempre presentes y determinan en gran medida la forma como se actúa. Claro, porque el propósito de la vida, el bien común y la realización de las necesidades, tienen de fondo proporcionar felicidad, aparente, real, trascendente, pero al fin y al cabo felicidad.
La tendencia del ser humano a buscar su felicidad obliga a reflexionar un poco sobre el papel que juegan las emociones en el propósito de vida. Ellas son motivadoras de las ganas de felicidad o no, y por lo mismo detonantes de buenas o malas acciones. No reconocerlas y no saber navegarlas augura equivocaciones en las decisiones que se toman. Por ello, habiendo dicho que la escuela entrega herramientas para la vida, herramientas para amar, también debe ayudar a que los estudiantes se conozcan a sí mismos, el papa Francisco dirá ‘excaven en el interior’ (5 de octubre de 2022) y sepan entender qué les emociona, por qué se emocionan y de qué maneras sus emociones les ayudan a actuar prosocialmente; así sabrán discernir cuál es la mejor decisión en cada uno de los aspectos más importantes de la vida; así sabrán amar. Nunca hay que olvidar que desde el paradigma de la formación integral la escuela puede afectar por acción u omisión el sentido que sus estudiantes les den a sus vidas.
En la homilía sobre Aprender a hacer el bien (2017), el papa resaltaba que “se aprende a hacer el bien con cosas concretas, no con palabras”. ¿Cómo se hace eso en la escuela que enseña a amar? El Dicasterio para la cultura y la educación ya había propuesto en el 2013 transformar las clases, incluso las Comunidades educativas, en laboratorios de cultura. Y actualmente el CELAM sugiere la creación de Comunidades de aprendizaje en el marco de la Fase 1 para la implementación del Pacto educativo global. Ambas cosas son congruentes pues la segunda promueve el aprendizaje a través del constructivismo, el cooperativismo y la pedagogía experiencial y así está en consonancia con la primera. Sin embargo, si se trata de profundizar en las emociones, vale la pena involucrar en estas acciones pedagógicas el marco CASEL, propuesto justamente para el aprendizaje socioemocional a partir del auto reconocimiento y desarrollo de cinco competencias individuales socioemocionales: autoconocimiento, autorregulación, empatía, autonomía y habilidades prosociales y de colaboración.
En distintos momentos de su pontificado el papa ha manifestado la necesidad de que los currículos estén en relación con la sociedad de tal manera que se alimenten de ella y luego le devuelvan acciones que la impacten de manera positiva, por lo mismo, ha invitado a los actores educativos a revolucionar la educación exhortando a que los estudiantes tengan como propósito de vida una perspectiva de bien común. Es necesario escucharlo; ‘abrir la educación a la cultura del encuentro y llevar adelante obras de siembra’ (Francisco, 2016), para lo cual se requieren educadores que ‘construyan un mundo fundado sobre los valores de solidaridad cristiana’ (2017). La tarea se cumple reflexionando en las maneras de hacer efectiva una formación integral que incluya lo emocional y así sepan quién son, y entonces sepan tomar decisiones con sentido para su propósito vital, y entonces sí pueda haber una real civilización del amor.